MANOS DE MUJERES
Estaban lívidas y frías
las manos de las mujeres
agachadas para lavar a lo largo del río
o en las piletas de cemento
en el Muraglione.(1)
Uñas consumidas
por recoger aceitunas
entre hojas secas
y piedras de arenales,
por rasguñar la tierra
(como gallinas y perros)
por desenterrar papas
o buscar achicoria y tallos
a lo largo de los senderos.
Eran manos de mujeres
para encender los hornos,
para amasar
la harina con el agua
y la fatiga con la sal.
Manos para deshojar viñas
como páginas del almanaque
y de un año entero
de arrancar amargo.
Manos pacientes
para remendar la vida,
manos para tejer
dentro del telar.
Manos fuertes
para machucar el pan,
el pan duro y negro
dentro del mortero.
Manos azules
para disolver en el pozo
la piedra del sulfato de cobre,
manos de tinta
inmersas en el mosto
buscando racimos
para limpiar.
Manos niñas
que traen el sueño
tiernas y dulces
manos para acunar,
juntas y silenciosas
en las noches frías
debajo de las frazadas
manos para orar.
Eran estas
(y lo son todavía)
las manos de muchas mujeres:
manos adorables y calmadas
que sin embargo no fueron
rozadas nunca
por dos labios de amante,
por un beso galante
o una caricia apenas.
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(1) Barrio del centro histórico de Lamezia Terme caracterizado por murallas anchas y altas que servían como margen del río que atravesaba el pueblo. En este sitio habia fuentes donde las mujeres lavaban la ropa.
(traducción de José M. Carcione)
desde “Al sur de las cosas” – Buenos Aires, 2012